24 enero 2016

Elecciones 2016: fórmulas presidenciales y algo más

Es probable que en las próximas semanas aún se siga hablando de los pactos electorales de diciembre.

¿Cómo explicar primero e interpretar después, por citar tan solo los casos más ruidosos (1), los ensamblajes electorales de Lourdes Flores con Alan García, de Susana Villarán con Daniel Urresti, de Vladimiro Huaroc con Keiko Fujimori, de Anel Townsend con César Acuña, o de Hernando Guerra García con José Luna?

Demos una rápida mirada a las circunstancias que precedieron al arreglo de las planchas presidenciales.

El escenario político inmediato estaba configurado, de un lado, por partidos en crisis: unos en camino a la irrelevancia (“Solos no podemos”) o en vías de extinción, y otros tratando de mantenerse, de componerse o de recomponerse, en torno a apremiados liderazgos personales.

De otro lado, estaban políticos apurados y desesperados. Los presidenciales, intentando matizar o blanquear sus candidaturas con personajes intercambiables, a fin de hacerlas aceptables o atractivas al electorado. Y los postulantes a las vice-presidencias, algunos casi saldos de partidos en quiebra, pugnando con urgencia por no quedar fuera del carrusel electoral.

Podría decirse, acaso como una aproximación inicial, que gran parte de los políticos son ambiciosos y están casi siempre en busca del poder (2); y agregar que si lo han disfrutado en los salones de la política oficial, su apetencia de continuidad es mayor. El político de oficio quiere durar (de eso vive y eso acostumbra a hacer), lo que le confiere una personalidad con alta proclividad al  pragmatismo y al oportunismo.

Pero decir sólo esto sería insuficiente, pues equivaldría a descontextualizar la actividad y el comportamiento de los políticos peruanos de la realidad política, económico-social, y ético-cultural del Perú de hoy. Los políticos peruanos son ahora parte y expresión de un conjunto de partidos débiles, insustanciales e informales, y de un sistema de representación política ilegítimo, fragmentado y en crisis.

En los últimos treinta años, el devenir de los partidos políticos en el Perú ha seguido una tendencia opuesta a los roles que oficialmente se les suelen reconocer o asignar. Es decir, a sus roles de formación política y construcción de ciudadanía, de promoción del cambio social necesario para el bien común, de representación civil real y efectiva, y de cimentación de la institucionalidad democrática del sistema.

Veamos brevemente algunos de los aspectos políticos de esta crisis de partidos y del sistema representativo actual.

1. Crisis de identidad partidaria.

¿Cuál es la raíz de la actual crisis de los partidos? ¿Qué los ha convertido en agrupaciones anodinas y deleznables, factibles de rearticular con piezas intercambiables o de ocasión? ¿Cómo se explica que sean apenas algo más que equipos improvisados, comparsas alborotadas o caravanas bulliciosas marchando tras un caudillo que se exalta o se exhibe en momentos electorales?

La respuesta es que tanto los partidos formados antes y después de los 90, así como los ahora denominados de derecha e izquierda, al participar en el ciclo político iniciado en esa década difícil y compleja, renunciaron (cuando los tuvieron) o prescindieron de los fundamentos ideológico-programáticos como elemento esencial de una identidad partidaria.

Pero en realidad, estas renuncias o prescindencias fueron la forma pasiva en que estas agrupaciones se asimilaron a la ideología neoliberal (3), mientras que otras coaliciones, formadas también en esos años, fundaron su identidad adoptando sin reservas los fundamentos ideológico-programáticos del capitalismo en su nuevo período de recomposición.

Como se recordará, a partir de los 90, con la irrupción masiva de las mercancías y los estilos de vida de la globalización capitalista, se extendieron con más fuerza – hasta saturar los espacios ideológicos, políticos y culturales – la ideología neoliberal, el pensamiento único y las políticas económicas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Se dice que desde entonces se vive un ciclo postpolítico, con desideologización y partidismo aprogramático. Pero en verdad lo que vivimos es un consenso casi perfecto – impuesto por el poder económico y los medios masivos de comunicación – en torno a la ideología y la política neoliberales, que ha vaciado de contenido el cuerpo ideológico y programático de los partidos oficiales, para reemplazarlo por el dogma neoliberal.

Así, estos partidos y sus círculos dirigentes al suprimir – por insolvencia o conveniencia – el elemento esencial de su identidad partidaria, perdieron su más firme factor de cohesión, y sus posibilidades de ejercer en adelante su función educativa y formativa. Ahora, sus integrantes se unen en general por objetivos de corto plazo, oportunidades de lograr privilegios, o de ser figuras mediáticas en el tinglado de la política oficial.

2. Crisis de ideas y crisis de programas

Al renunciar a una identidad ideológico-programática, la mayoría de estos partidos se vieron impedidos, al carecer además de un referente conceptual y metodológico válido y consistente, de desarrollar una teoría política crítica, realista y objetiva, capaz de sustentar propuestas de cambio social de verdadera importancia o significancia.

Las propuestas de estos partidos no se nutren del conocimiento de la realidad peruana, no se ajustan a las necesidades del desarrollo nacional y regional ni plantean soluciones de fondo según las particularidades de la economía, la sociedad y la cultura peruanas.

Tampoco formulan lineamientos de desarrollo nacional con una visión integral, completa y unitaria del país, que permitan superar nuestro actual atraso económico y nuestra fragmentación social. Y menos aún, proponen políticas de estado realizables y sustentables a corto, mediano y largo plazo, que pongan por delante el desarrollo humano y el bienestar de la colectividad. 

La mayoría de estos partidos se han limitado a repetir o adaptar las recetas o directivas arbitrarias de los organismos internacionales de regulación financiera, y sus propuestas generalmente son simples medidas de gobierno para reajustar o reacomodar lo ya establecido.

Debido a esta crisis de ideas y programas, tenemos un escenario electoral con partidos permutables y planes de gobierno intercambiables, con candidatos que en esencia dicen y proponen lo mismo, donde las señales, los gestos y la apariencia (es decir, la mascarada) van a tener más peso que los programas y las propuestas, y que estos en boca de tales candidatos tendrán un valor casi  insignificante.

3. Crisis de organicidad

Después de los 90, reemplazado el contenido ideológico-programático de los partidos por el dogma neoliberal, la mayoría de las organizaciones políticas son agrupaciones o coaliciones de independientes reunidas en torno a un liderazgo personal de corte caudillista – local, regional o nacional – con el objetivo de administrar organismos del poder público, y que funcionan episódicamente, en períodos electorales y a voluntad del líder.

Ello explica la inorganicidad en la que se desenvuelve la mayoría de estos conglomerados, donde los plenos o las asambleas tienen que ver principalmente con las campañas electorales y la nominación de candidaturas. Ello explica también la informalidad o la pseudo-formalidad de su existencia: su militancia transferible, sus “vientres” alquilables, sus locales fantasmas, sus elecciones internas por puro formulismo, etc.

Las posibilidades de cohesión por ideas y planteamientos de estas agrupaciones son tan pobres, los objetivos políticos tan cortos, y el rol de los caudillos tan decisivo, que la exigencia de vida orgánica y la democracia interna es mínima. Esto propicia el oportunismo, el transfuguismo, las lealtades quebradizas y efímeras. Lo que a su vez favorece la dispersión y el fraccionamiento de las representaciones políticas.

Este fraccionamiento político a su vez, al no construir mayorías calificadas, conduce a que para lograr cierta funcionalidad gubernamental se ponga en el orden del día el tema de las alianzas y los pactos de conveniencia, tanto a nivel del ejecutivo (formación de ministerios), como del congreso (formación de comisiones). El dar y recibir – el “toma y daca” – se convierte así en la llave ilegítima de la gobernabilidad.

4. Crisis de legitimidad

Hoy la ilegitimidad de los partidos políticos desgasta y empobrece la vida y las expectativas de los peruanos.  En los últimos 25 años, salvo el breve paréntesis del gobierno de transición de Valentín Paniagua, todos los candidatos que llegaron a la Presidencia de la República, gobernaron el país burlando la voluntad de los electores. Todos hicieron lo contrario de lo que prometieron.

Además, por encima de las consultas electorales y los partidos en el gobierno, el rumbo económico-político del país que mantiene la economía política y las políticas económicas que enriquecen a las transnacionales y a los grupos de poder nacionales, es decidido por funcionarios y tecnócratas cuyos altos cargos ejecutivos no están sujetos al escrutinio de una elección.

De otro lado, la función política se distorsiona y pervierte cuando a la sombra del poder económico legal o ilegal los políticos – lejos de cumplir el encargo de sus representados – se convierten en operadores y lobistas de empresarios codiciosos y oportunistas. O cuando, aprovechando la información privilegiada a la que tienen acceso, incursionan a través de testaferros en negocios con entidades públicas o privadas.

También cuando casi a diario, desde el ejecutivo, legislativo, gobiernos regionales o alcaldías, partidos y otros ámbitos de la política, se tienen noticias de inoperancia, despilfarro, malversación, cohecho y corrupción. La percepción de estos vicios que medran en las instituciones públicas y que son mayormente cometidos por los políticos, genera en la ciudadanía, una sensación de frustración, desengaño, indiferencia o rechazo.

Debido a que los grupos de poder económico controlan directamente la economía del país y los sectores populares han sido repetidamente burlados por quienes dicen representarlos, los partidos actuales en realidad no traducen las aspiraciones de una clase o sector social determinado. Los partidos oficiales son ahora el soporte del sistema imperante y la cubierta de fachada necesaria para que este aparezca como una democracia representativa. Y con el sistema electoral actual el engaño a la ciudadanía está garantizado.

Sin embargo, lo más peligroso es que, esta falsa política cuya vigencia ilegítima es mostrada como “normal” por los medios masivos de comunicación, genera y perpetúa un ciclo perverso de retroalimentación que induce a la población a aceptar o  resignarse a que ello “es así” o es muy difícil o imposible de cambiar, estableciéndose así una base social deleznable para cualquier verdadero proyecto de renovación nacional.

5. Responsabilidad e irresponsabilidad de la “clase política”

La dictadura fujimorita no sólo impulsó sin reparos y en todos los terrenos el neoliberalismo, sino que arremetió contra los partidos políticos, sindicatos y organizaciones populares estableciendo las bases de la “antipolítica”, combatió el terror con el terror durante el conflicto interno, perforó la normatividad de las instituciones públicas, y se alió mediante concesiones dolosas y la corrupción a los poderes establecidos.

A fines de los 90, el descontento contra esta dictadura corrupta generó un gran movimiento popular y político, que se vio robustecido con el develamiento de los videos de la corrupción. La movilización popular jugó un papel muy importante. Pero también, en esos momentos difíciles, una parte significativa de la llamada “clase política” cumplió un rol dirigente unitario y positivo que no se puede dejar de reconocer.

Pero tan pronto cayó la dictadura afloró el interés particular de los partidos y movimientos. Los apetitos exclusivistas de las dirigencias políticas fueron más poderosos que la necesidad de impulsar un acuerdo nacional que, desmontando no sólo la política de la dictadura, sino toda su estructura administrativa y las bases de su clientelismo fanatizante y corruptor, pudiera conducir al Perú a un momento histórico diferente.

Entonces, en los años siguientes se produce la irrupción de decenas de movimientos locales y regionales que aunados a los nacionales ya existentes, y dados los reducidos estándares de exigencia política generaron condiciones para que la llamada “clase política” se engrosara con elementos de diversa índole y procedencia, y se convirtiera en una capa ávida de ventajas y privilegios, atenta a aprovechar las oportunidades que pudieran lograr de las instituciones públicas.

Pero esta crisis de los partidos políticos, así como la ilegitimidad y fragmentación de la representación política no se explican por sí mismas. Ellas representan en el plano político lo que sucede en los planos económico-social y ético-cultural del país, que son los que determinan la existencia de una sociedad igualmente escindida, fragmentada, informal, no ética y con débil cohesión social. Y que, por su puesto, necesitamos transformar.

6. Una interpretación posible: ¿antojadiza o razonable?

Si bien lo anteriormente expuesto permite explicar el comportamiento social y éticamente cuestionable de estos políticos, ello no los justifica ni los disculpa. Quien, de un día para otro, deja de lado las convicciones ideológicas y políticas con las que se hizo figura pública y representó las expectativas o las esperanzas de un determinado sector del electorado, para pasarse a la antípoda política que antes combatió, comete una deslealtad, una felonía, una traición.

Pero, ¿tienen un significado mayor estas inconsecuencias, estos negociados de conveniencia electoral?

En el Perú de hoy se necesita cambiar radicalmente (desde la raíz) muchas cosas, desde su base económico-productiva hasta sus expresiones sociales, políticas, culturales, éticas y vivenciales. Una de ellas es cambiar el quehacer de la política tal como es practicada y ejercida hoy. Un paso apenas inicial es rescatar el concepto y la praxis de la verdadera política: la política como el camino y los procedimientos razonables y éticos para enaltecer y dignificar – en su valor más hondo y trascendente – la vida humana.

Lo que acabamos de ver y lo que veremos en los próximos cuatro a cinco meses, no es la política limpia y ética que un país con vocación de ciudadanía debería estar construyendo para cimentar un Perú viable, sostenible y promisorio, capaz de inscribirse como referente histórico constructivo en un mundo inseguro y cargado de tensiones como el presente.

Los políticos que se han acoplado electoralmente en diciembre, no sólo han celebrado un acuerdo para completar sus fórmulas presidenciales, o para satisfacer sus propias y no confesadas apetencias personales, sino que entre todos ellos han celebrado un pacto tácito, sobreentendido, no declarado.

Aunque no lo digan y más bien lo nieguen, ellos han suscrito un pacto: a)  por la impunidad y la prescripción de los delitos de corrupción y lesa humanidad, b) por el blanqueo de lo espurio, c) por la justificación del engaño, d) por la legitimación de lo ilegítimo, e) por la recreación de la antipolítica, f) por el reciclaje de la informalidad y la fragmentación de los partidos, h) por la continuidad de este circo ridículo y mediático en que se ha convertido hoy el  proceso electoral.

Como se ve, en el 2016 la política peruana continúa en una especie de inercia destructiva, reproduciendo como en una parodia irresponsable su crisis y su desprestigio. Ha sido evidente que en el ensamblaje electoral de diciembre, las ideologías y los programas, los antecedentes de gestión pública limpia y eficiente, y los indispensables estándares de ética, ciudadanía y profesionalismo que deberían exhibir los postulantes, han sido dejados de lado o reducidos un nivel casi inexistente.
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(1)  Son muy pocas las fórmulas presidenciales que podrían exceptuarse de quedar incluidas en esta nómina.
(2)  Ver el artículo “Políticos Calatos” de Steven Levitsky. La república, domingo 03 de enero de 2016. Por cierto, el autor no se limita a esta afirmación inicial.
(3)  Si bien la crisis de identidad de los partidos políticos en el Perú  puede explicarse por su propia dinámica interna, no deben soslayarse los efectos que en estos – al igual que en el movimiento popular y la organización sindical – produjo de un lado el conflicto armado interno, y de otro la acometida de la “antipolítica” durante la dictadura  fujimorita.

GRGCH                                                                                                                                              22ENE2016