12 julio 2006

PRIMERA PRIORIDAD: ERRADICAR LA DESNUTRICIÓN INFANTIL

Los problemas peruanos son tantos y tan largamente desatendidos que cualquiera de ellos podría considerarse prioritario. Los hay en los cuatro campos fundamentales de la sociedad peruana (económico, político, social y cultural), y a cual más urgente y necesario de resolver. Su agenda configura un programa de emergencia que debería ser encarado con premura y diligencia, con políticas de Estado que impulsen un efectivo desarrollo económico y social en un proyecto nacional sostenible a mediano y largo plazo. El Acuerdo Nacional señala muchos de estos problemas, pero no indica ni su priorización ni el cómo solucionarlos. En la campaña electoral se mencionaron igualmente muchos de ellos, pero tampoco hubo la precisión del qué, el cómo y el cuándo afrontarlos y atenderlos.

El por dónde empezar implica tener una opinión acerca de lo que es más importante de atender en el Perú de hoy.

Desde nuestro punto de vista, lo que hoy se necesita con prioridad es atender el llamado problema social, es decir, el problema de la vida y el desarrollo de las personas. Esta opinión no sólo se sustenta en criterios éticos acerca de la defensa del valor de la vida humana, sino que se funda además en el convencimiento de que el futuro del país dependerá y descansará en lo que pueda hacer su gente, su población, su riqueza humana.

Por eso es que afirmamos, que entre los problemas sociales, el problema de la salud – el de la calidad de vida de las personas y sus posibilidades de desarrollo – es el más importante. No sólo porque compromete lo esencial de la condición humana, sino porque es el que con mayor extensión afecta a los peruanos. La pobreza, la exclusión y la explotación son las principales determinantes de las condiciones de vida y salud de más del 75 por ciento de la población. Y de ésta, los más afectados en sus posibilidades de desarrollo personal son los niños.

La condición que revela con mayor nitidez y en forma dramática esta situación es la desnutrición infantil, sobre todo la desnutrición crónica de menores de 5 años. Ésta, aunque ocupa el tercer lugar como causa de mortalidad infantil, es contribuyente importante de las dos primeras. Pero ante todo, la desnutrición crónica en este grupo de edad perturba y altera la maduración del sistema nervioso en desarrollo, menoscabando la adquisición de habilidades neuropsicológicas, y perjudicando el aprendizaje y desempeño escolar, así como el desarrollo personal global.

El escenario de la desnutrición crónica es el de un ambiente familiar y social empobrecido, donde no sólo se carece de alimentos, sino de diversas clases de estímulos, desde el espacio, la luz, el sonido, materiales de juego y estudio, etc., hasta en muchos casos el afecto y la presencia de los padres. En la desnutrición infantil convergen, además de la pobreza y la exclusión (fundamentalmente carencia de empleo adecuado), la falta de educación e información de los padres, los malos hábitos de vida, el aislamiento y la crisis familiar; la ausencia de asistencia médico-educativa, de saneamiento, etc.

La desnutrición infantil aún afecta al 25 % de los menores de 5 años (alrededor de 700,000 niños), sobre todo a lo que están en pobreza extrema. Y los programas de alimentación todavía dejan un amplio sector de población (1/3 de pobres extremos) sin atención o con mala atención (el valor energético-proteico no siempre es el adecuado). Por otro lado, hay un elevado índice de filtración (2/3 de quienes reciben alimentos no son pobres extremos). También hay superposición y duplicación de funciones entre las 20 instituciones que realizan esta labor, así como falta de vinculación a programas educativos o productivos, y utilización con fines de proselitismo político.

Por ello, este sería el problema que a nuestro entender tendría la primera prioridad en la agenda de los problemas de emergencia.

Pero atender este problema no debería consistir tan sólo en llevar alimentos a las zonas de pobreza extrema, principalmente las rurales de la sierra y selva. Significa, sobre todo, que el alimento adecuado llegue realmente a quienes lo necesitan, que se eduque a las madres para su utilización oportuna y apropiada, que respetando la interculturalidad se modifiquen aquellos hábitos de crianza que no favorecen el desarrollo infantil, que se enlacen los esfuerzos de alimentación con actividades productivas de autosostenimiento, que se respete la dignidad y la autonomía de las personas y organizaciones incorporadas en esta labor.

Los municipios o las autoridades locales, la escuela y los establecimientos de salud, así como los pobladores tienen un importante rol, concurrente y complementario en esta acción, que debería formar parte de un política nacional alimentaria.

A los municipios o autoridades locales les correspondería promover y efectuar el empadronamiento o registro de todo recién nacido y propiciar los medios para realizar la vigilancia de su desarrollo (p.e. gestionar la preparación de personal de la propia localidad en temas de nutrición y desarrollo infantil), gestionar la provisión oportuna de los insumos alimentarios y apoyar con la infraestructura y equipos para su procesamiento, así como alentar los proyectos de desarrollo productivo para favorecer el sostenimiento de los programas, la economía y la vida de la comunidad, además de las mejoras en saneamiento ambiental que haya menester.

Los establecimientos de salud o personal sanitario (cuando y donde los haya) serían los encargados de hacer el seguimiento del crecimiento y desarrollo infantil, de atenderlos con medidas preventivas como inmunizaciones y consejería, así como de reparar la salud en los casos de enfermedad, en dirigir campañas contra enfermedades trasmisibles y contribuir al saneamiento de la localidad.

Los colegios podrían constituirse no sólo en centros educativos, sino también en unidades de alimentación y desarrollo infantil, agregando a la tarea educacional, otra de prioridad impostergable para el desarrollo personal. El cuidado de la salud del niño adscrita a la escuela potenciaría tanto su desarrollo físico y neuropsicológico, así como social e intelectual. Ello implicaría también una modificación sustancial de la educación en esas zonas: sería una educación para la vida y el desarrollo, cuyas primeras beneficiarias serían las madres en el cuidado de sus hijos, los niños en la promoción de su crianza, los escolares en el fomento de su desempeño educativo, y los jóvenes y adultos en la mejora de su capacitación para la producción.

Los pobladores son el sustento de cualquier programa de lucha contra la desnutrición infantil, que es el tema prioritario en la lucha contra la pobreza. Aquí no se trata de seguir reproduciendo el paternalismo, el asistencialismo, la mendicidad o cualquier otra forma de sumisión o pérdida de la dignidad personal o humana. La lucha contra la pobreza tiene que reivindicar al hombre, a la persona, al ciudadano. Y en el mundo moderno no se concibe la ciudadanía sin derechos y sin deberes. Entre los primeros, el derecho al trabajo, a la vida digna, a la libertad y a la autonomía. Mientras la persona no tenga acceso a un trabajo adecuado, no se desarrollará como productor, y si no desarrolla como productor será muy difícil que forje su autonomía, que deje atrás cualquier forma de servidumbre o semiesclavitud.

Pero el poblador tiene que asumir también una responsabilidad: la de participar en la tarea de luchar contra la pobreza, interesándose en la suerte de los suyos, colaborando en la ejecución los programas, organizándose para un resultado eficaz de las acciones, haciendo propuestas de mejoramiento y corrección de lo que esté mal o no se cumpla, y de que los encargados de la tarea administren los bienes de la colectividad de manera idónea y transparente, elevándose así de su condición de productor, a la de administrador y conductor. Así es posible fomentar y desarrollar la autonomía y la democracia e ir tejiendo nuevas relaciones entre los pobladores y los funcionarios, entre la comunidad y el gobierno, entre la sociedad civil y el Estado. Así será más difícil que lo utilicen, lo manipulen, o que atropellen su dignidad.

Todo ello, como parte de un Proyecto Nacional para el Desarrollo Humano que, para empezar, enlace las diversas respuestas a los problemas prioritarios del país en un programa de emergencia nacional que sea integral, coherente y orgánico.

GRGCH